El día del trabajador es una fecha que rememora la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas, entre otros derechos de los asalariados en el contexto de la revolución industrial. Fueron doscientos mil trabajadores de Chicago los que realizaron las movilizaciones más importantes en Estados Unidos el primero de Mayo de 1886. Desde entonces, en esta fecha, se conmemora el día del trabajador.
Actualmente la Revolución Industrial ha dado lugar a la Revolución Tecnológica: sólo un cambio de nombre. Mientras tanto el modelo de acumulación capitalista se robustece desde los tiempos de aquella primer Revolución Industrial y sus consecuencias negativas se encuentran a simple vista: un crecimiento sostenido de la pobreza a nivel mundial, la polarización del norte y el sur, el consumo desmesurado por parte de los individuos y el impacto sobre la naturaleza. Hoy la jornada de ocho horas es un hecho (aunque no para todos), pero aún existen otras tantas cuestiones que atender.
Somos parte de un modelo de acumulación de riquezas concebido para formar individuos que lo alimenten. De esta manera y básicamente, somos nosotros, los seres humanos, la principal herramienta para mantener en pie dicho modelo. Somos nosotros los que trabajamos para consumir los bienes que producimos. Somos nosotros, los que dedicamos más de la mitad de nuestro día de vigilia al trabajo, sin contar con el tiempo suficiente para realizar otras actividades. Esto nos lleva inevitablemente a pagar por esa falta de tiempo. La lógica de funcionamiento del sistema se podría resumir a grandes rasgos en la siguiente premisa: trabajamos por un lado para consumir y por el otro para pagar por el tiempo que nos quitan las horas destinadas al trabajo.
Este modelo se encuentra, además, configurado para convencernos que el desarrollo humano viene inexorablemente ligado a la profesión. En los tiempos que corren la especialización es un imperativo. Quien no haya obtenido al menos un título terciario puede considerarse "fuera de juego". Es común, a la hora de presentarse a uno mismo, evocar el nombre, con suerte la edad e instantáneamente la profesión, como si ello diera cuenta de todo lo que somos como personas. Creemos entonces que la realización personal se encuentra ligada unilateralmente a lo mucho que nos esforcemos en nuestros empleos (aunque no nos gusten). El estrés físico y mental a causa del trabajo, se ha convertido en una enfermedad muy popular en los tiempos que corren.
Creo que el grave error radica en primer lugar en confundir profesión con pasión. "Trabajar duro dignifica" dicen algunos, y quienes que no cumplan con aquellos trabajos "socialmente aceptados" no serán considerados trabajadores. Un artista sólo será reconocido como tal si ha logrado acumular una fortuna suficiente o ha sido capaz de reunir a las masas en un estadio de fútbol. Sino, será simplemente un vago. Pienso que quizás nos estamos equivocando de vara para medir ciertas cuestiones.
En este marco me pregunto: ¿por qué suceden éstas cosas? ¿quiénes son los responsables? ¿cómo llegamos a vivir presos de una actividad sólo por justificar nuestra subsistencia?. En un mundo distinto, trabajar para comer será simplemente una afirmación absurda. Trabajar será sinónimo de hacer lo que nos gusta y hacerlo con pasión, en un entorno de cooperación e intercambio del conocimiento sin necesidad de preocuparnos porque no llegamos a fin de mes. Trabajar será digno porque lo haremos sintiendo que estamos cumpliendo con nuestra misión en el mundo. Será reconfortante porque lo viviremos con pasión. Será el fuego que nos quema por dentro mientras sentimos que avanzamos hacía el ideal.
La primer frase que les puede surgir ante mi planteo es "si nena, lo tuyo es una utopía". Y contra atacar: ¿Cómo harías para alcanzar el ideal?. Creo que hay varias cuestiones fundamentales que atender y es probable que mi análisis peque de incompleto. De lo que estoy segura es que trabajar para fortalecer las bases de la existencia humana nos conducirá al cambio sustancial. Sólo con raíces sólidas se puede construir un futuro mejor.
¿Somos realmente conscientes del plano en el que se desarrolla nuestra vida? ¿De quiénes somos? ¿De quienes son los otros?. Sabemos que somos seres humanos, de eso estamos seguros. En primer lugar el ser humano es, desde que se inicia su vida, un individuo. Ser individuo es tener determinadas cualidades que son propias a cada uno de nosotros y a nadie más. Esas cualidades definen nuestra esencia y nos separan de las otras individualidades. Pero es sabido que nosotros no podemos ser sin los otros y entonces vivimos en comunidad. Las interacciones que los individuos crean se dan a su vez en un entorno que, si bien distinto para cada uno, resulta el mismo en términos estructurales. Todos y cada uno de nosotros vivimos en el mismo planeta, somos hijos de la Tierra. En ese contexto de desarrollo individual e interacción en un tiempo y en un espacio, sentimos necesidades de diversa índole que deseamos y debemos cubrir. Desde las necesidades fisiológicas hasta las espirituales, todas encuentran en ese espacio diversas fuentes que las nutren.
En este marco se localizan las cuestiones fundamentales, aquellas a las que deberíamos prestar atención si queremos lograr un cambio profundo de paradigma. El individuo, la relación con los demás, la atención al entorno y la importancia de nuestras necesidades y aspiraciones, son los cuatro pilares que deberíamos atender. Todos vinculados, interconectados, influyéndose mutuamente hasta borrar los límites entre cada uno de ellos.
Actualmente la Revolución Industrial ha dado lugar a la Revolución Tecnológica: sólo un cambio de nombre. Mientras tanto el modelo de acumulación capitalista se robustece desde los tiempos de aquella primer Revolución Industrial y sus consecuencias negativas se encuentran a simple vista: un crecimiento sostenido de la pobreza a nivel mundial, la polarización del norte y el sur, el consumo desmesurado por parte de los individuos y el impacto sobre la naturaleza. Hoy la jornada de ocho horas es un hecho (aunque no para todos), pero aún existen otras tantas cuestiones que atender.
Somos parte de un modelo de acumulación de riquezas concebido para formar individuos que lo alimenten. De esta manera y básicamente, somos nosotros, los seres humanos, la principal herramienta para mantener en pie dicho modelo. Somos nosotros los que trabajamos para consumir los bienes que producimos. Somos nosotros, los que dedicamos más de la mitad de nuestro día de vigilia al trabajo, sin contar con el tiempo suficiente para realizar otras actividades. Esto nos lleva inevitablemente a pagar por esa falta de tiempo. La lógica de funcionamiento del sistema se podría resumir a grandes rasgos en la siguiente premisa: trabajamos por un lado para consumir y por el otro para pagar por el tiempo que nos quitan las horas destinadas al trabajo.
Este modelo se encuentra, además, configurado para convencernos que el desarrollo humano viene inexorablemente ligado a la profesión. En los tiempos que corren la especialización es un imperativo. Quien no haya obtenido al menos un título terciario puede considerarse "fuera de juego". Es común, a la hora de presentarse a uno mismo, evocar el nombre, con suerte la edad e instantáneamente la profesión, como si ello diera cuenta de todo lo que somos como personas. Creemos entonces que la realización personal se encuentra ligada unilateralmente a lo mucho que nos esforcemos en nuestros empleos (aunque no nos gusten). El estrés físico y mental a causa del trabajo, se ha convertido en una enfermedad muy popular en los tiempos que corren.
Creo que el grave error radica en primer lugar en confundir profesión con pasión. "Trabajar duro dignifica" dicen algunos, y quienes que no cumplan con aquellos trabajos "socialmente aceptados" no serán considerados trabajadores. Un artista sólo será reconocido como tal si ha logrado acumular una fortuna suficiente o ha sido capaz de reunir a las masas en un estadio de fútbol. Sino, será simplemente un vago. Pienso que quizás nos estamos equivocando de vara para medir ciertas cuestiones.
En este marco me pregunto: ¿por qué suceden éstas cosas? ¿quiénes son los responsables? ¿cómo llegamos a vivir presos de una actividad sólo por justificar nuestra subsistencia?. En un mundo distinto, trabajar para comer será simplemente una afirmación absurda. Trabajar será sinónimo de hacer lo que nos gusta y hacerlo con pasión, en un entorno de cooperación e intercambio del conocimiento sin necesidad de preocuparnos porque no llegamos a fin de mes. Trabajar será digno porque lo haremos sintiendo que estamos cumpliendo con nuestra misión en el mundo. Será reconfortante porque lo viviremos con pasión. Será el fuego que nos quema por dentro mientras sentimos que avanzamos hacía el ideal.
La primer frase que les puede surgir ante mi planteo es "si nena, lo tuyo es una utopía". Y contra atacar: ¿Cómo harías para alcanzar el ideal?. Creo que hay varias cuestiones fundamentales que atender y es probable que mi análisis peque de incompleto. De lo que estoy segura es que trabajar para fortalecer las bases de la existencia humana nos conducirá al cambio sustancial. Sólo con raíces sólidas se puede construir un futuro mejor.
¿Somos realmente conscientes del plano en el que se desarrolla nuestra vida? ¿De quiénes somos? ¿De quienes son los otros?. Sabemos que somos seres humanos, de eso estamos seguros. En primer lugar el ser humano es, desde que se inicia su vida, un individuo. Ser individuo es tener determinadas cualidades que son propias a cada uno de nosotros y a nadie más. Esas cualidades definen nuestra esencia y nos separan de las otras individualidades. Pero es sabido que nosotros no podemos ser sin los otros y entonces vivimos en comunidad. Las interacciones que los individuos crean se dan a su vez en un entorno que, si bien distinto para cada uno, resulta el mismo en términos estructurales. Todos y cada uno de nosotros vivimos en el mismo planeta, somos hijos de la Tierra. En ese contexto de desarrollo individual e interacción en un tiempo y en un espacio, sentimos necesidades de diversa índole que deseamos y debemos cubrir. Desde las necesidades fisiológicas hasta las espirituales, todas encuentran en ese espacio diversas fuentes que las nutren.
En este marco se localizan las cuestiones fundamentales, aquellas a las que deberíamos prestar atención si queremos lograr un cambio profundo de paradigma. El individuo, la relación con los demás, la atención al entorno y la importancia de nuestras necesidades y aspiraciones, son los cuatro pilares que deberíamos atender. Todos vinculados, interconectados, influyéndose mutuamente hasta borrar los límites entre cada uno de ellos.
¿Quién soy?; esta pregunta es un buen comienzo. Conocernos es el paso inicial. Vincularnos diariamente con nuestra esencia, con nuestras creencias, con aquellas actividades que encienden nuestro fuego interno. No hay un sólo camino. Existen miles y diversas técnicas vinculadas al auto-conocimiento, aunque todas las que conozco coinciden en el mismo punto: ante todo debemos aspirar a ser y entender que ser no es hacer. Ser es encontrarnos en el diálogo con nosotros mismos y encontrar el camino que queremos transitar. Ser es volverse transparente para con nosotros y para con los otros. Es vibrar con lo que hacemos porque lo hacemos sintiendo el impulso desde lo más profundo. Es transmitir esa vibración que sale de nuestro cuerpo de manera incontrolable hacia los demás, como un animal furioso dispuesto a atacar a cualquiera que se interponga en su camino.
Luego de ser, la interacción con los demás se gestará en un plano de pureza y sinceridad. Porque somos y damos lo que tenemos. Sólo si somos nosotros mismos podremos ser para y con los demás. La cooperación debiera ser la lay suprema que rija el mundo. No se trata de asistencialismo ni tampoco de reducir esa cooperación al ámbito de nuestras relaciones sociales más cercanas. No creo que eso sea suficiente. Se trata de desear que aquello que somos y nos hace felices sea para el resto. Se trata de vernos a todos como iguales. Se trata de entender que las clases sociales, la raza y la educación recibida son condiciones adquiridas que nada tienen que ver con la potencialidad que un individuo tiene. Simplemente algunos hemos tenido (desafortunadamente) más suerte que otros. ¿Cuántas veces pensamos en los demás como una amenaza? ¿Cuántas veces hemos reclamado por cambios que favorezcan a nuestros propios intereses?. El verdadero espíritu de cooperación clama por un cambio para todos y ve a la humanidad con ojos humildes.
Vivimos en un entorno que tiene sus límites y somos inter-dependientes con él. La naturaleza no es una postal que se mira desde afuera y a la que sólo es bueno fotografiar. Cada cosa que hacemos o que dejamos de hacer, afecta a nuestro entorno directamente. Es nuestra madre, es el agua que tomamos, el aire que respiramos, el suelo que caminamos. El universo se creó de manera perfecta y cada una de las criaturas que habitan este planeta, están en él por algún motivo. ¿Somos realmente conscientes de todo lo que ello implica? ¿Realmente nos creemos con el poder para destruirla?. Y en todo caso ¿quién desaparecerá primero? ¿La sabia madre tierra o nosotros que somos un pequeño punto frente a tal inmensidad?. El consumo responsable de nuestros recursos naturales, la producción artesanal, el reciclado y el contacto con la naturaleza son fundamentales si queremos que las futuras generaciones hereden el maravilloso planeta que nos pertenece y al que pertenecemos. Frente a la naturaleza sólo hay una opción: agachar la cabeza y expresar nuestra gratitud humildemente. Nada más ni nada menos. No se trata meramente de unirse a una causa como la defensa de la desforestación del Amazonas o la minería a cielo abierto o cualquier otra cuestión (que por cierto creo que son excelentes causas). Se trata de entender que toda la Tierra está amenazada y que cada pequeño acto que llevemos a cabo para perjudicarla está contribuyendo a su destrucción.
Finalmente se encuentran las necesidades. Las que verdaderamente importan y las que nos han hecho creer que tenemos. Me preocupan éstas últimas. En el mundo actual, la cuestión fundamental radica en cuánto tenemos. Creemos que tener nos otorga una identidad y por eso nos aferramos a objetos materiales. Consideramos que es importante tener cosas: una casa, un auto, suficiente ropa. Sin embargo, muchas de las cosas que consumimos son innecesarias, otras tantas podríamos producirlas nosotros mismos y otras que creemos que ya no nos sirven pueden ser reutilizadas. Hace poco hablé con una amiga que me dejó pensando. Me dijo: "el problema es nuestro afán por defender la propiedad privada. Me pregunto cómo podemos estar tan obsesionados por acumular bienes bajo nuestra propiedad si todo lo que está allí afuera nos pertenece y al mismo tiempo nada de todo aquello nos pertenece realmente". De alguna manera, este pensamiento ha habilitado a las corporaciones a apropiarse incluso de aquellos recursos que por ley de la naturaleza deberían encontrarse a disposición de cualquier ser humano, como por ejemplo el agua. Hace un tiempo escuché una frase que afirma que "uno conserva lo que no amarra". Quizás, en un mundo menos fanatizado por el consumo, sólo tomaríamos lo que necesitáramos en el momento en el que lo necesitáramos y nada más.
Luego de ser, la interacción con los demás se gestará en un plano de pureza y sinceridad. Porque somos y damos lo que tenemos. Sólo si somos nosotros mismos podremos ser para y con los demás. La cooperación debiera ser la lay suprema que rija el mundo. No se trata de asistencialismo ni tampoco de reducir esa cooperación al ámbito de nuestras relaciones sociales más cercanas. No creo que eso sea suficiente. Se trata de desear que aquello que somos y nos hace felices sea para el resto. Se trata de vernos a todos como iguales. Se trata de entender que las clases sociales, la raza y la educación recibida son condiciones adquiridas que nada tienen que ver con la potencialidad que un individuo tiene. Simplemente algunos hemos tenido (desafortunadamente) más suerte que otros. ¿Cuántas veces pensamos en los demás como una amenaza? ¿Cuántas veces hemos reclamado por cambios que favorezcan a nuestros propios intereses?. El verdadero espíritu de cooperación clama por un cambio para todos y ve a la humanidad con ojos humildes.
Vivimos en un entorno que tiene sus límites y somos inter-dependientes con él. La naturaleza no es una postal que se mira desde afuera y a la que sólo es bueno fotografiar. Cada cosa que hacemos o que dejamos de hacer, afecta a nuestro entorno directamente. Es nuestra madre, es el agua que tomamos, el aire que respiramos, el suelo que caminamos. El universo se creó de manera perfecta y cada una de las criaturas que habitan este planeta, están en él por algún motivo. ¿Somos realmente conscientes de todo lo que ello implica? ¿Realmente nos creemos con el poder para destruirla?. Y en todo caso ¿quién desaparecerá primero? ¿La sabia madre tierra o nosotros que somos un pequeño punto frente a tal inmensidad?. El consumo responsable de nuestros recursos naturales, la producción artesanal, el reciclado y el contacto con la naturaleza son fundamentales si queremos que las futuras generaciones hereden el maravilloso planeta que nos pertenece y al que pertenecemos. Frente a la naturaleza sólo hay una opción: agachar la cabeza y expresar nuestra gratitud humildemente. Nada más ni nada menos. No se trata meramente de unirse a una causa como la defensa de la desforestación del Amazonas o la minería a cielo abierto o cualquier otra cuestión (que por cierto creo que son excelentes causas). Se trata de entender que toda la Tierra está amenazada y que cada pequeño acto que llevemos a cabo para perjudicarla está contribuyendo a su destrucción.
Finalmente se encuentran las necesidades. Las que verdaderamente importan y las que nos han hecho creer que tenemos. Me preocupan éstas últimas. En el mundo actual, la cuestión fundamental radica en cuánto tenemos. Creemos que tener nos otorga una identidad y por eso nos aferramos a objetos materiales. Consideramos que es importante tener cosas: una casa, un auto, suficiente ropa. Sin embargo, muchas de las cosas que consumimos son innecesarias, otras tantas podríamos producirlas nosotros mismos y otras que creemos que ya no nos sirven pueden ser reutilizadas. Hace poco hablé con una amiga que me dejó pensando. Me dijo: "el problema es nuestro afán por defender la propiedad privada. Me pregunto cómo podemos estar tan obsesionados por acumular bienes bajo nuestra propiedad si todo lo que está allí afuera nos pertenece y al mismo tiempo nada de todo aquello nos pertenece realmente". De alguna manera, este pensamiento ha habilitado a las corporaciones a apropiarse incluso de aquellos recursos que por ley de la naturaleza deberían encontrarse a disposición de cualquier ser humano, como por ejemplo el agua. Hace un tiempo escuché una frase que afirma que "uno conserva lo que no amarra". Quizás, en un mundo menos fanatizado por el consumo, sólo tomaríamos lo que necesitáramos en el momento en el que lo necesitáramos y nada más.
Deberíamos empezar a mirar hacia un futuro en donde seamos más sinceros con nosotros mismos y prediquemos por la felicidad sobre cualquier otra cosa. Tal vez aún no sepamos qué es lo que nos hace felices o lo que nos apasiona, pero cuando uno busca de modo sincero, la respuesta llega. Una vez que lo cuestionemos, esta inquietud estará presente por el resto de nuestras vidas y nos empujará a vivir plenamente.
El trabajo debería ser más que una ocupación retribuida Trabajar sólo vale la pena si viene acompañado de nuestro enriquecimiento y el del entorno que nos rodea. No en términos de crecimiento profesional, de reconocimiento social, de enriquecimiento monetario o de la preocupación por nuestra estabilidad y la de nuestro pequeño entorno. Sino en términos de un avance social franco hacia una vida más justa, equitativa, solidaria y conectada con nuestros sentidos y espíritu. Trabajar largas jornadas para satisfacer los intereses de un sistema de acumulación de riquezas y destrucción del entorno es, a mi criterio, el peor castigo que actualmente padece nuestra sociedad.
Pocos días después de comenzar a escribir este texto, llegó a mis manos el libro "Patas para arriba" del increíble Eduardo Galeano. Y casualmente algunas de sus frases resonaron en mi cabeza con sonidos de trompeta: "El trabajo es una obligación universal desde que Dios condenó a Adán a ganarse el pan con el sudor de su frente, pero no hay que tomarse tan a pecho la voluntad divina.(...). Ser es ser útil, para ser hay que ser vendible. El tiempo que no se traduce en dinero, tiempo libre, tiempo de vida vivida por el placer de vivir y no por el deber de producir genera miedo". Me pregunto qué deberíamos considerar ¿Trabajar para tener o trabajar para ser? El trabajo diario no debería implicar sacrificios, no debería ser simplemente el medio que nos da de comer.
El mundo necesita un cambio y estoy segura que las grandes transformaciones vendrán de la mano de nuestras futuras generaciones. Actualmente suenan diversas voces de alerta que se encuentran en controversia con el paradigma vigente. Y mientras estas voces disruptivas avanzan hacia un nuevo consenso nosotros estamos acá. No seamos simples espectadores. Los grandes cambios necesitan de las pequeñas acciones de cada uno de nosotros. El mundo está cambiando y por ende nosotros mismos debemos cambiar, en beneficio del mundo y también de los seres humanos.
El mundo necesita un cambio y estoy segura que las grandes transformaciones vendrán de la mano de nuestras futuras generaciones. Actualmente suenan diversas voces de alerta que se encuentran en controversia con el paradigma vigente. Y mientras estas voces disruptivas avanzan hacia un nuevo consenso nosotros estamos acá. No seamos simples espectadores. Los grandes cambios necesitan de las pequeñas acciones de cada uno de nosotros. El mundo está cambiando y por ende nosotros mismos debemos cambiar, en beneficio del mundo y también de los seres humanos.
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