lunes, 8 de abril de 2013

La indignación inconducente


“Me ofusqué. Eso que vi me molestó de tal manera que no me quedo otra opción más que indignarme. Inmediatamente seguí mi camino, malhumorado, rumbo a mi destino. Al llegar, ya me había olvidado de aquello que despertó en mí ese sentimiento de odio y rechazo.”

Este testimonio que recogí (o no) una tarde en un bar poco concurrido del barrio de Almagro, me sirve perfectamente para ejemplificar el tema al que sentí ganas de dedicarle algunas líneas. Como desconozco si alguien ya lo ha bautizado, decidí llamarlo “la indignación inconducente”.

Un día me detuve a pensar unos minutos acerca de las veces en las que nos indignamos con ciertas cosas sólo por un instante, para luego seguir con nuestras vidas. Y ese enojo o sensación de molestia no genera ningún tipo de modificación en nuestras actitudes ni moviliza cambios que sirvan para eliminar o apaciguar aquello que nos enfadó.

La pregunta que me surge ante esto es: ¿la indignación inconducente es perjudicial para la raza humana? Muchos de ustedes pueden estar pensando que sí, mientras otros pueden estar intentando comprender porque a este boludo que escribe se le ocurrió plantear este tema. Pero la verdad amigos, es que yo creo que la indignación inconducente no siempre es mala. Incluso creo que es bueno que exista en algún punto.

Hace ya algunos días que escucho en la radio y veo en la televisión una publicidad del desodorante masculino Axe. Creo que siempre odié a las campañas publicitarias de ese producto. Sexistas al extremo, básicas a la enésima potencia y reductoras de las capacidades del ser humano para el cortejo y la conquista del sexo opuesto (está claro que hasta ahora no se ha inventado el desodorante para homosexuales, o al menos las publicidades no nos indican que los efectos aromáticos puedan atraer al mismo sexo).

Quizás piensen que me molesta porque soy un resentido que, al ver la facilidad con la que los hombres del comercial conquistan mujeres, los envidia. Puede parecer que la carencia de esas cualidades en mí generan ese sentimiento hacía ellos. Pero sinceramente creo que esto es más complejo y va mucho más allá.

Cuando comenzaron con el relato que indicaba la existencia de dos fragancias, una para levantar pendejas y la otra para levantar veteranas, sentí realmente que se nos estaban riendo a todos en la cara. Pero lo peor fue cuando tuve que escuchar que “nada le gana a un astronauta”. ¿De enserio? La iniciativa de llevar a un hombre al espacio a lo Homero en el capítulo de la inerte barra de carbón no me parece mal. Pero, ¿realmente un astronauta es excitante para el sexo femenino?

Una encuesta a un reducido grupo de mujeres me arrojó como resultado que la afirmación publicitaria que nos compete es una tremenda idiotez. Al analizar que estaba obteniendo los resultados esperados, decidí no continuar con mi acotado estudio de campo. Y es aquí donde la indignación inconducente nos muestra su gran utilidad. ¿Para qué iba a avanzar mucho más sobre este tema tan superfluo? El día que me vean cortando una calle y protestando contra la falacia del incremento de polvos anuales de un hombre que supo ser astronauta, les pido encarecidamente que me maten.

Por eso pienso que lo que denomino "la indignación inconducente" puede ser buena en ciertas ocasiones. Con la cantidad de huevadas con las que nos molestamos, sería realmente insoportable que decidiéramos tomar medidas serias para cada uno de los casos. Lo mejor sería indignarse menos con ciertas cosas y atender aquellos problemas que realmente nos afectan. Y en esas circunstancias, conducir nuestras acciones hacía un lugar que nos haga mejores como sociedad.

Ya no queda mucho más para agregar. Si no les gusto la publicación, los invito a indignarse inconducentemente por un momento, para luego seguir con sus vidas como si nunca la hubieran leido.

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