Mirando las estrellas, contemplando cada una de las
constelaciones, disfrutando de la ausencia de febo en ese cielo oscuro pero
lleno de luminosidad. Julián no podía creer lo que le estaba sucediendo, pero a
la vez se dejaba llevar por lo cautivante del momento.
Algo en su mente había cambiado, lo atrapante de esa noche gambiana lo absorbía, lo capturaba como una telaraña gigante de la que no tenía intenciones de soltarse. Ni siquiera la idea de que le estaba siendo infiel a la única estrella que lo había acompañado durante los últimos años lo inmutaba.
La historia de este joven muchacho argentino no variaba
demasiado respecto a cualquier historia de un chico de clase media de Buenos
Aires. Solía salir con sus amigos por las noches, jugar al fútbol y asistir con
frecuencia a recitales de rock. Había comenzado a estudiar letras en la
Facultad de Filosofía de la UBA y le fascinaba leer Cortázar. Sus días estaban
dentro de los parámetros de normalidad de la cultura occidental.
Pero una noche fría del mes de mayo todo cambió de manera
imprevista. Julián entró en estado de pánico y shock al ver que el sol se escondía
en el horizonte, que la naturaleza le bajaba el telón a otra jornada. El miedo
lo invadió, se le heló la sangre y cada musculo de su cuerpo se tensó casi
hasta desgarrarse. Nunca comprendió con exactitud qué fue lo que le paso, pero
si entendió que ya nada sería igual.
Los especialistas le diagnosticaron nocturnofobia, un
rarísimo trauma psicológico que le generaba un insoportable miedo a la noche.
Decidieron que lo mejor era medicarlo para que pudiera soportar esa angustia,
esperando que la acción farmacológica lo dejara casi en estado de inconsciencia, para que perdiera noción de la realidad
durante las horas en las que el sol le dejaba su lugar al resto de las
estrellas del cosmos. Sin embargo, el método no dio resultado y Julián siguió
sufriendo cada una de las noches que le tocaba vivir.
Fue así que un día se decidió a eludir a la oscuridad por el
resto de su vida. El plan era simple: con una herencia recién cobrada por el
fallecimiento de su abuela compró unos pasajes de avión para volar a otro lugar
de la Tierra donde fuera de día. Pero claro, la noche siempre lo acosaba y
perseguía, obligándolo a moverse constantemente en dirección hacia el oeste en
la búsqueda del sol.
Así fueron transcurriendo los meses, los años. Julián creció
pasando más tiempo en el aire que en el suelo. Conoció un sinfín de países y
culturas casi sin haberlo planificado. Al mismo tiempo, su caso se hizo
conocido mundialmente y su figura cobró una fama inesperada. La realidad es que
todos se reían de él y de su miedo “absurdo”. Leandro, un oficinista aburrido
de su trabajo que sin embargo no renunciaba por miedo a caer en algo peor, se
mofaba del problema de Julián. Lo mismo hacía Rocío, fóbica a las palomas y
enemiga de las plazas. Todos se reían de su cobardía, pero a él demasiado no le
importaba. En gran medida porque no tenía tiempo para escuchar los testimonios
entre tantos viajes.
Todo marchaba perfecto hasta el día en que anunciaron desde
los parlantes del aeropuerto de Banjul que los vuelos quedaban cancelados, debido a un conflicto laboral. Julián comenzó a desesperarse. Con su imperfecto
inglés, trataba de explicarles a los representantes de la línea aérea que
precisaba viajar antes del anochecer. Pero no hubo caso, nada los convenció. Ni
siquiera unos cuantos billetes verdes envueltos en un fajo de papel.
Con ese panorama devastador, sólo tuvo la opción de afrontar
lo que sería su primera noche luego de cinco largos años. Tomó coraje y se quedó sentado sobre una roca a orillas
del mar. Allí pudo observar como su amigo fiel, el sol, se espejaba sobre las
aguas del Océano Atlántico para luego desaparecer y dejarle su lugar a la luna
y las demás estrellas.
Una a una fueron apareciendo en el cielo del oeste africano.
Orión, Pegaso y otras constelaciones se hicieron presentes ante los ojos de
Julián. Esos ojos marrones quedaron maravillados ante semejante espectáculo de
la naturaleza. Él se olvidó de sus miedos, dejó de lado esa fobia que tanto tiempo
lo había atormentado. Se quedó ahí, sentado sobre esa roca y adorando aquello de lo que había estado escapando durante tanto tiempo. Entendió que el miedo le
dio una chance y que él la aprovechó. Comprendió que siempre en todo lo malo
queda un resquicio, una posibilidad para poder escapar y que si la aprovechamos
podemos seguir andando, haciendo nuestro camino. Y así se durmió, mientras el
mar musicalizaba la velada con el ruido de las olas chocando contra la orilla.
Faa muy bueno. Muy linda reflexión
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