sábado, 2 de noviembre de 2013

Mi mate querido

El mate siempre fue mi compañero fiel y debo reconocer que no concibo la vida sin él. Siempre fui respetuosa de las reglas que le dan el marco al ritual y aprendí a preparar "buenos" mates mirando las explicaciones de Landriscina en la tele. Pero sólo me di cuenta de todo lo que tomar mate involucraba cuando me tocó contárselo a los extranjeros que fui conociendo durante mi último viaje.

Claro, nunca lo había pensado, el mate es el mate, uno lo prepara por inercia: se levanta y se prepara unos mates; se acaba el agua de la pava y se levanta a poner otra en el fuego, se rompe el mate compra otro y lo "cura". Pero explicar cómo se toma el mate y por qué sin olvidarse de nada y además, intentar fundamentar los motivos por los que nadie quiere tomarse el último es otra historia bien distinta. Escribir absolutamente todas las cuestiones vinculadas a este ritual es un desafío, es un texto que no se escribe en un día, porque pensar en el mate es recordar anécdotas e historias, es disparar mil emociones. Seguramente me queden cosas pendientes. Están invitados a colaborar a mejorar en este "manual con tintes de oda".

Para ordenarlo de alguna manera me parece útil empezar por la elección del mate. Para el matero tradicional es fácil: madera o calabaza son los únicos mates que se conciben; no hay en su espectro de elección otras opciones. La madera y la calabaza son símbolo de respeto, madurez y adhesión a las raíces. Revestidos de cuero o carpincho, tallados, pintados a mano, con una guarda pampa rodeando su cuerpo, las opciones en materia de detalles son innumerables. Algunos, los que añoramos la infancia con abuelos, tenemos un jarrito de metal guardado por ahí, por las dudas, porque en algún momento lo podemos necesitar. Pero sobre todo porque rememora a esos días en los que detrás del mate había un mundo fabuloso, desconocido e indescriptible. También están los profanadores de tradiciones (esto lo digo con todo respeto), aquellos seguidores de tendencias que crearon mates de diseño, vidrio, cerámica o plástico, brillantes, multicolores, de mil formas y tamaño; mates que en un carnaval de mates, serían la reina de la carroza.  Ojo, no estoy en contra de los artículos modernos, pero el mate de lata me da cierta nostalgia, tiene sentimientos, despierta el pasado, abre el cajón de los recuerdos y el moderno sólo adorna mi cocina. 

Mates de diseño

Después de la elección del mate viene su preparación. Primero se toma la yerba (hay a quienes les gustan saborizadas, hay quienes son más clásicos y prefieren la yerba convencional -mas o menos fuerte- pero sólo con sabor a yerba). Los más osados le agregan azúcar, miel, y hasta café. Sin embargo, si nos ponemos a pensar, tomar el mate amargo es la experiencia más pura de contacto con la pachamama.

La yerba, se coloca hacia una de las paredes del mate mientras formamos una inclinación tapando con una mano y agitando suavemente para quitar los resabios de polvo. La cantidad de yerba depende del tamaño del mate y de lo "largo" o "corto" que nos guste. Hay quienes prefieren el mate de un sorbito, conservando  las ganas del tomador quien espera que le llegue el próximo rápidamente. Quien ceba el mate "corto" utiliza este artilugio como juego de seducción, exacerba el fuego de la tradición, nos deja con ganas y hace que disfrutemos del próximo mate con muchas más ganas que el anterior. Hay otros que prefieren alargar el disfrute, que ceban mates que invitan al descanso y nos hacen correr el peligro de dejarlo estanco, a la espera del resto de los tomadores, los cuales acusan con miradas furtivas, pero toleran nuestra lentitud porque al fin y al cabo, el mate es el mate y todos saben que el momento del tomador se respeta.

El agua es un tema fundamental. Sabemos que la temperatura justa son los noventa grados y que por ningún motivo debe hervir (hay quienes consideran un sacrilegio, colocar agua fría a una pava que ha hervido). ¿Y por qué no debe hervir?. Supongo que una respuesta sería porque si fuera por dejar hervir el agua entonces tomaríamos té. Sin embargo, sabemos que el agua a más de noventa grados quema la yerba, le otorga un sabor distinto, modifica por completo la energía de sus tomadores. El agua hervida coarta toda posibilidad de dejar que una conversación fluya. Simplemente condiciona a los tomadores a desistir en los intentos por darle una chance a un mate que sabemos no va a prosperar. 

Antes de cebar se humedece la yerba con un poco de agua, justo en la parte del hueco formado por haberla inclinado hacia una de las paredes del mate en una gran peripecia de ingeniería. Todo esto, para colocar la bombilla suavemente, como acariciando esta sustancia mágica, como si la bombilla pidiera permiso para ingresar en tan noble territorio.

Los mil y un mates de un local de mates en Gualeguaychú.
Cuando comienza el ritual empieza la magia. El primero en tomar es quien ceba, teniendo cuidado de que el agua caiga siempre en el mismo orificio creado a tal fin. A continuación se sirve al tomador de al lado (el sentido de la ronda suele ser de derecha izquierda pero quien se siente conmigo en una ronda de mate debe saber que soy zurda y por ende aquél que se encuentre a mi izquierda sera el afortunado en sucederme).

Mientras acontece la ceremonia hay cuestiones de alta importancia que deben recalcarse a los tomadores novatos; primero, la bombilla no se mueve, eso alteraría la ingeniería previamente realizada, rompería con la armonía de la obra de arte que tenemos frente a nuestros ojos.

Segundo; el mate se toma hasta el final, ese es un momento especial, en el que los únicos que importan son el mate y el tomador, es una fracción de segundo en el que el individuo se abstrae del entorno, para sumirse en sus más profundos pensamientos.

Tercero; sólo se dice gracias cuando no se quiere más. Hasta entonces, el mejor agradecimiento es tomar el mate, tomarlo en nuestros manos, tomar el mate, beberlo hasta el final, y hasta el final es hasta que suene finiiiiito, dando cuenta de que allí ya no hay mas agua.

Cuarto; el verdadero cebador respeta el orden de la ronda y no toma mates cuando no le corresponde. La del cebador no es una posición de privilegio, es más bien todo lo contrario. El cebador es un ser altruista y sólo oficia de medio para que el ritual llegue a buen puerto. El cebador se pone a disposición del mate y colabora en un de las tareas pero aquí no hay pirámides jerárquicas. Quienes se sientan en una ronda de mate a "charlar" saben que todos los que están a su alrededor son iguales.

Quinto; un buen cebador ceba hasta que todos dicen gracias. Se para cuantas veces sean necesarias para conseguir agua caliente, cambia la yerba del mate y vuelve a comenzar.

Sexto; el mate de la tarde viene siempre acompañado de facturas, bizcochos de grasa o torta fritas. Esta es la ofrenda para garantizar su éxito. 

Existen también roles y psicopatologías asociadas a tomar mate. Están quienes roban el mate del compañero en un acto de emoción violenta producto de la carencia de la sustancia en la sangre. Están quienes utilizan el mate de micrófono terapéutico, que encuentran al ingerir el brebaje una estimulación para compartir aquellas cosas que no compartirían café de por medio. Están los tomadores sociales, que son los que toman pero nunca ceban o los que al llegar a su propia casa hay que "invitarlos a tomar unos mates". También están  los espíritus naturalmente serviciales, que ofrecen hacerse cargo de la labor de cebador. Así, cada uno ocupa un lugar de modo natural y sin darse cuenta se preparan casi lúdicamente para comenzar el rito.

El mate es simplemente el mate y es además mucho más que eso: el mate une, reencuentra, rompe el hielo, acompaña, es bueno para la salud, estimula, calma llantos, ayuda a pensar, nos enseña a compartir. Esto no puede explicarse. Para que aquellos quienes nunca han tomado mate lo entiendan hay que simplemente invitarlos a unirse a la ronda.

Algunos de los mates que tengo en casa.

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